VIII. LAS PRESENTACIONES
LA ESCRITURA DE UN ARTICULO
IX. EXPERIMENTO Y DESCUBRIMIENTO
INDICE del libro citado

Tomado del libro
Consejos a un joven científico
A. Medawar, Fondo de Cultura Económica, México, 2000


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VIII. LAS PRESENTACIONES

  La investigación científica no está completa hasta que se dan a conocer sus resultados. Entre los científicos, la publicación casi siempre toma la forma de un "artículo" escrito para una revista especializada; en contraste con los humanistas, que a menudo publican sus investigaciones en forma de libros. Como los hombres de ciencia raras veces escriben libros, los humanistas anticuados como los que aún se encuentran en los colegios de Oxford o de Cambridge- a veces se inclinan a cuestionar su productividad y se preguntan si las largas horas pasadas en un laboratorio no se dedican en realidad a ciertos pasatiempos o a alguna forma de juego

La entrega de un "artículo" a una sociedad especializada es una forma de publicación, pero no se considera definitiva basta que aparece en letras de molde. En alguna etapa de su vida, un joven científico inevitablemente tendrá que presentar un "artículo" a una sociedad, aunque no antes de haberlo leido a sus compañeros, por ejemplo, en un seminario departamental. Esta es una ocasión amistosa y calmada, pero un escrito presentado a una sociedad especializada requiere un poco más de solemnidad. En ningún caso debe leerse un "artículo" en un borrador. Difícil sería exagerar el resentimiento y la irritación de un público que tiene que soportar un "artículo" leido precipitadamente y en voz monótona. Hablad con notas, jóvenes científicos; hablar sin ellas es una forma de pedanteria y sólo crea la impresión (quizá bien fundada) de que lo mismo ya se ha repetido una y otra vez. Las notas deben ser breves, y no consistir nunca en largos párrafos de prosa majestuosa. Si unas cuantas claves no bastan para poner al orador en movimiento, entonces tendrá que volver una y otra vez al tema principal -no necesariamente en voz alta- hasta que las palabras adecuadas provengan del estímulo apropiado. Yo descubrí pronto que, al tratar de exponer un concepto difícil, era una gran ayuda escribir ("Explicar esto") después de que había aparecido en las notas, un recurso que, desde luego, obliga aI orador a encontrar palabras naturales.

Una torrencial lluvia de palabras puede hacer pensar al orador que es muy brillante, pero es más probable que su público lo considere demasiado locuaz. Una presentación medida, quizá con un toque de gravedad es, sin duda, lo que Polonio habría recomendado. Trátese también de no aburrir a nadie. El científico que tenga tiempo de dar clases a niños de primaria pronto sabrá si tiene a su público o no en la mano: los niños no pueden mantenerse quietos, y si se aburren, empiezan a moverse. El conferenciante a veces sentirá que está dirigiéndose a un vasto público de ratones, pero en el momento en que los muy jóvenes se interesan, permanecen quietos.

Un conferenciante puede ser un latoso no sólo por ser insufriblemente locuaz, o porque su obra sea intrinsecamente aburrida, sino porque entra en detalles innecesarios acerca de cuestiones técnicas. A veces es juicioso ahorrarle los detalles aI público. Si es importante conocer el orden en que el orador disolvió los diversos ingredientes de su medio de cultura nutritiva, se Ie preguntará inmediatamente después de la conferencia, o más tarde, en privado.

Siempre que sea posible, deberá usarse el pizarrón, de preferencia sobre las transparencias; yo he presidido muy buenas conferencias en que estaban prohibidas todas las transparencias y oraciones formales. Desde luego, tales consideraciones no se aplican cuando son de importancia vital las formas exactas de una curva o de una familia de curvas, o los exactos valores numéricos de un conjunto de cuentas radiactivas. Muy a menudo no lo son; si la relación entre las variables es lineal -de simple proporcionalidad-, entonces dígase. Si el público no le cree a un científico sus afirmaciones, tampoco aceptará sus transparencias. Si la palabra del oradot es puesta en duda, solo será necesario que diga cortesmente al proyectista: "¿Tendría la bondad de mostrar la transparencia 7?" . Lo cual mostrará fuera de toda duda que la relación verdaderamente es lineal.

La longitud de un problema. Los oradores deben recordar un principio de estatura casi newtoniana, que yo creo que por primera vez fue propuesto independientemente y en la misma ocasion por el Dr. Robert Good y por mi mismo: Que la gente que tiene also que decir, por 1o general puede decirlo con brevedad; tan sólo un orador que no tiene nada que decir sigue y sigue adelante, como si estuviera tendiendo una cortina de humo.

De todos los monstruos de la ciencia ficción, el sopor es el que provoca el mayor miedo: al menos, en las conferencias cientificas. Incidentalmente, no hay manera más segura de ganarse un enemigo de por vida que robarle al siguiente expositor una parte de su tiempo: eso, de todas maneras, nunca debe ocurrir si el que preside está despierto.

Hasta los ponentes más experimentados se sienten nerviosos antes de una charla, y es conveniente que asi sea, pues es señal de que tambien les interesa quedar bien. Los públicos no quedan realmente impresionados cuando un orador busca en sus bolsillos algun sobre arrugado y dice (como una vez oí decir a J. B. S. Haldane), "Cuando venia yo pensando en el tren en lo que debia decirles a ustedes..." EI público responde mejor a la prueba de que el orador se ha tornado molestias para preparar 1o que vaya a decir. Las transparencias que muestran las huellas de los dedos del conferenciante o unos cristales rotos deberian evitarse a toda costa.

La regla de autodisciplina más dificil de aprender consiste en no confundirse cuando ocurra algun desastre, como a veces inevitablemente ocurrirá. EI público se muestra más indulgente hacia eI ponente que pierde sus gafas, confunde sus transparencias o hasta se cae del estrado, que hacia el que no parece tratarlo con el respeto debido.

No hace mucho tiempo, después de una grave enfermedad que me habia afectado la vista y me impedia valerme de una mano, revolvi desastrosamente mis notas en una conferencia ante un numeroso público. Mi esposa acudió al estrado para ayudarme, y el público, que habia estado sufriendo vicariamente como suele hacerlo la gente buena, quedó encantado y aliviado al oirme decirle a mi esposa, por el sistema de sonido "Veo exactamente lo que quieres decir: la página cinco viene después de la página cuatro".

En la Gran Bretana, la Institución de Ingenieros Eléctricos publica un admirable Speaker's Handbook en que se recomienda al orador permanecer con los pies separados por 400 milímetros "para dejar de temblar". Esta recomendación es divertida, no porque los ingenieros eléctricos sean especialmente temblorosos, sino por su alto grado de precisión cuantitativa: es como si mediante la experimentacion se hubiese probado que una separación de 350 o 450 milímetros entre los pies causara un ataque de convulsiones.

En las conferencias, los científicos deben comportarse como les gustaría que otros se comportaran en su lugar. Es una ley inductiva de la naturaleza que los conferenciantes siempre vean bostezos y a fortiori, esos enormes y cavernosos bostezos que presagian la casi completa extinción de la psique. Lo mismo puede decirse de todo 1o que puede distracer a un orador (1o cuaI, desde luego, puede ser intencionaI): susurros siseantes, consulta ostentosa a los relojes, risa en los momentos más serios, lentos y graves meneos de las cabezas, etc. Un miembro del público del que se espera que sea experto en el lema del que está hablando eI expositor, hará bien en pensar en una pregunta por si el presidente se vuelve hacia é1 y Ie dice, "Doctor, tenemos unos pocos momentos para la discusión, ¿quiere usted empezar?" La persona a quien se dirige esta invitación no podrá decir muy airosamente: "lamento no poder hacerlo, estaba casi dormido"; pero si en cambio dice, "¿Cuál considera usted que es eI siguiente paso en su investigación?", el público dará por sentado que si estaba durmiendo. EI sueño muy a menudo se debe a hipoxia en un salón de conferencias mal ventilado... no necesariamente al aburrimiento.

Pero si la gente se duerme en sus conferencias, los expositores deben tratar de reconfortarse un poco pensando que no hay sueño tan profundamente reparador como el que, durante las conferencias, Morfeo tan insistentemente nos invita a disfrutar. Desde el puntode vista de la fisiología, es asombroso ver cuan pronto los estragos de una mala noche o de una larga sesión de operaciones pueden repararse cabeceando durante unos cuantos segundos de un tirón.



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LA ESCRITURA DE UN "ARTICULO"

  No hay número de conferencias, seminarios u otras comunicaciones verbales que pueda ocupar el lugar de una contribución a una revista especializada. Sin embargo, se sabe bien que la perspectiva de escribir llena de espanto a los científicos y causa todo un revuelo de actividades de desplazamiento: experimentos que no informan de nada, construcción de aparatos que no funcionan o que son innecesarios y aún, in extremis, asistencia a comités ("Si ocasionalmente no asisto al comité de seguridad, todo eI mundo pensará que yo soy el ladrón").

La razón tradicional de la habitual renuencia del científico a elaborar un artículo es que le aparta de la investigación; pero la verdadera explicación es que escribir un artículo -escribir cualquier cosa, aún las cartas que son indispensables si un laboratorio ha de permanecer solvente- es algo que la mayoría de los científicos saben que para ello no sirven: es una habilidad que no han adquirido.

Se supone que los hombres de ciencia tienen una capacidad intuitiva para escribir artículos, porque han consultado muchos, asi como se supone que los maestros jóvenes son buenos conferenciantes porque muy a menudo han oido conferencias.

Me siento desleal, pero absolutamente sincero al decir que la mayoría de los científicos no saben como escribir, pues hasta el punto en que el estilo traiciona l'homme meme, escriben como si detestaran hacerlo y desearan, ante todo, acabar pronto. La única manera de aprender a escribir es, en primer lugar, leer, estudiar buenos modelos, y practicar. No estoy diciendo practicar en el sentido en que los jóvenes practican "EI alegre campesino", sino practicar escribiendo siempre que ello sea necesario, en lugar de dar excusas para no hacerlo, y escribir, de ser necesario, una y otra vez, hasta que se hayan alcanzado la claridad y un estilo, si no elegante, por 1o menos no burdo y entrecortado. Un buen escritor nunca nos hace sentir como si estuviesemos cruzando un mar de lodo, o abriéndonos paso, descalzos, entre cristales rotos. Además, la escritura debe ser natural, hasta donde sea posible es decir, no adornada como un traje dominguero ni demasiado alejada del habla ordinaria sino, antes bien, como si estuviesemos dirigiéndonos al jefe de nuestro departamento o a algún otro señor importe ante que estaba preguntándonos por nuestros progresos.

No hay número de "no se haga" que valga un "hágase", pero ciertamente, hay que evitar algunas prácticas. Una de ellas fue introducida en el inglés de Estados Unidos desde Alemania: la de emplear nombres atributivos (como si fueran adjetivos), a veces poniendo unos al lado de otros, hasta formar un inmenso monstruo en constante peligro de deshacerse. Un habil lingiiista pero mentiroso habitual, me dijo que en alemán hay una sola palabra para "Ia ventanilla del hombre que reparte las entradas, a precios reducidos, para ingresar los domingos en el zoológico". Esto no es verdad, pero ilustra el principio, y si yo mism no he leido acerca de "aceite vegetal poliinsaturado del ácido de piel de conejillo de indias que difiere en el tipo de hipersensibilidad de las propiedades de reacción", en cambio si he leido algunas otras frases igualmente espantosas. Un incentivo para escribir así es que los editores limitan las dimensiones del papel, de modo que el científico que logra que una palabra haga la labor de diez, puede sentir que esta de parte del editor.

FALTAN PAGS 98 Y 99 ??????????????????????

habia de ser "interrumpido por trozos de latín ni por citas impertinentes... ni intrincado por cosas traidas de lejos ni por circunloquios".

La mayor parte de estas advertencias ya no son pertinentes, como tampoco lo es el consejo de Abraham Cowley en su oda a la Real Sociedad para que abjurara "las escenas pintadas y pompas del cerebro". Por entonces, el pelo largo y ondulado estaba de moda, y el peinado corto apropiado a los activistas radicales puritanos, que desempeñaron un papel tan importante augurando la revolución científica, había de implantarse como moda del dia. Considérese, por ejemplo, el primer párrafo de los Ensayos escepticos de Bertrand Russell, aquel en que aclara sus intenciones. Resulta difícil imaginar una escritura más clara, más aguda y más sucinta; nótese también lo mucho que se parece al habla; casi podemo su seca y quebrada voz voltaireana:

Deseo proponer a la favorable consideración del lector una doctrina que, según temo, puede parecer terriblemente paradójica y subversiva. La doctrina en cuestión es esta: que es indeseable creer en una proposición cuando no hay ningún motivo para suponerla cierta. Desde luego, debo reconocer que si semejante opinión se volviera común, transformaría por completo nuestra vida social y nuestro sistema político; como ambos son impecables hoy, esto podria pesar en contra suya. También estoy consciente (lo cual es más grave) de que tendería a disminuir los ingresos de los clarividentes, los pronosticadores de las carreras, los obispos y otros que viven de las esperanzas irracionales de quienes no han hecho nada para merecer buena fortuna ni aquí ni en el más allá. Pese a estos graves argumentos, sostengo que puede defenderse mi paradoja, y trataré de explicarla.

Al escribir un artículo, el joven científico debe decidir a quien va a dirigirse. EI camino fácil consiste en dirigirlo tan sólo a nuestros colegas profesionales; y entre ellos, tan sólo a quienes trabajan en un campo afin aI suyo. Esta no es la manera de hacerlo. Un científico debe pensar que sus compañeros más inteligentes probablemente hojeen la literatura para su recreo intelectual, y puede interesarles saber a que se dedica él. Sin embargo, llegará la hora en que será juzgado por sus obras escritas, por arbítros y adjudicadores. Y tendrán derecho de sentirse irritados -y a menudo les sucederá- cuando no puedan saber de que trata el papel o por que el autor inició siquiera la investigacioón. Por tanto, un escrito bien hecho debe empezar con un párrafo de explicación en que se describe el problema que se está investigando y los principales lineamientos de la forma en que el autor siente que podrá contribuir a su solución.

Grandes trabajos deben tomarse con el resumen del artículo, que debe hacer uso de toda la ración de espacio de la publicación (una quinta o una sexta parte de la longitud del texto, según el caso), y su composición es la prueba más severa para la capacidad literaria del autor, particularmente en días en que "escribir resumenes" es algo que ha salido del programa en la mayoría de las escuelas, por temor a sofocar la inspiración creadora de los estudiosos. La redacción de un resumen pone a prueba los poderes de captación del autor y su sentido de la proporción: el sentido de lo que es realmente importante y de lo que puede dejarse fuera. Un resumen debe ser completo dentro de sus propios límites. Bien puede empezar con la afirmación de la hipótesis en investigación y terminar con su evaluación. Nada es más abyectamente débil que escribir una frase como "Se discute la pertinencia de estos descubrimientos para la etiología de la enfermedad de Bright". Si se le ha analizado, también se debe resumir el anáIisis. Si no, no se diga nada. La presentación de fragmentos es un servicio público que un joven científico a menudo debe hacer. Aún si su labor es supervisada por un editor con experiencia antes de pasar a prensa, el resumir y compendiar puede ser buena práctica para la redacción.

El número de referencias citadas en la lista bibliografica (hay que tener escrupuloso cuidado de observar el estilo de la casa) debe ser suficiente y necesario; puede ser un síntoma de exhibicionismo (vease el capitulo VI) citar referencias de publicaciones tan antiguas que los bibliotecarios, desesperados por espacio, desde hace algún tiempo se las hayan llevado a las galerias de minas abandonadas. El debido homenaje y justicia a los propios predecesores son normas que se deben tomar en cuenta, aún cuando algunos nombres son tan grandes y algunas ideas tan familiares que la omision resulta mayor homenaje que la mención. Desde luego, se necesita un buen sentido del juicio; para alguien, el cumplido puede ser lo que para otros seria causa de pesar.

Escritos hechos con un buen trabajo pueden ser rechazados por un editor, por una buena variedad de razones. A los editores de revistas científicas les gusta decir que se están quedando en la miseria debido a la prolijidad de sus colaboradores y, en realidad, una longitud desproporcionada al contenido es la causa más común de los rechazos Otra es la cita, en la lista bibliografica, de artículos a los que no se hace referencia en el texto, o viceversa. En tal caso, el rechazo es justificado. Sea cual fuere la razon dada, el rechazo de un articulo siempre resulta nocivo para el orgullo, pero por lo general es mejor tratar de encontrar otra publicación que recurrir a influencias. Hay ocasiones en que tales árbitros son enemigos, por razones personales, y les gusta causar el desaliento que todo rechazo trae consigo; sin embargo, un intento demasiado violento por convencer de esto a un editor, tan sólo podrá convencerlo de que el autor tiene tendencias paranoicas.

De la estructura interna de un árticulo sólo he dicho que debe haber un primer párrafo explicativo, que describa, en efecto, el problema que ronda por el espíritu del autor. La disposición del texto que ha llegado a ser considerada como convencional es la que perpetúa la ilusión de que la investigación científica es dirigida por el proceso inductivo (vease el capitulo Xl). En este estilo convencional, una sección llamada "método" describe con detalles a veces innecesarios los procedimientos técnicos y los reactores que el autor ha empleado en su investigación. A veces, una sección separada, con el título de "obras anteriores" puede conceder que otros apenas se han abierto paso a tientas hacia las verdades que el autor ahora se propone revelar. Y, lo peor de todo, un escrito con el formato convencional puede contener una sección intitulada "Resultados": una voluble avalancha de informacion fáctica, habitualmente sin narrativa coherente, que explique por que se hace una observacion o un experimento, en lugar de otro. Sigue entonces un pasaje intitulado "Discusión" en que el autor hace la pequeña farsa de que ahora va a recabar y separar toda la información que ha obtenido mediante una observación totalmente objetiva, con el propósito de descubrir que significa, si es que significa algo. Esta es la reductio ad absurdum del inductivismo: una fiel encarnación de la fe en que la investigacion científica es una compilación de hechos por la contemplación o manipulación lógica de la cual ha de seguirse un aumento del entendimiento. Acaso se considere que esta división de los "Resultados" y la "Discusion" tiene su paralelo en la laudable politica editorial de aquellos dignos periódicos que dividen las noticias de los comentarios editoriales sobre ellas. Pero los dos cosas de ninguna manera son paralelos; el razonamiento que es considerado "Discusión" en un artículo científico es, en la vida real, integral al procedimiento de recabar informacion y tener el incentivo de hacerlo. La separación de los "Resultados" y las "Discusiones" constituye una subdivisión totalmente arbitraria de lo que en realidad no es más que un solo proceso de pensamiento. Nada de esta índole se aplica a la disociación de las noticias o a la acción legislativa de los comentarios editoriales, pues estos dos pueden variar independientemente.

Un científico que completa un escrito debe sentirse orgulloso de él; en realidad, debe pensar, "esto hará que la gente comprenda". Es señal de poco ánimo, o quizá de buen juicio, el que semejante idea no pase por la cabeza del autor.

Cuando yo era director del Instituto Nacional para la Investigación Médica, un joven colega mío completo una breve carta a Nature -el vehículo tradicional de las grandes noticias científicas-, la cual era tan importante, en su opinión, y tan impacientemente aguardada por el mundo que no era posible confiarla al correo, sino que había que llevarla a mano. Y así fue. Pero entonces, por desgracia, se perdió, y hubo que volver a escribirla. Esta vez, se fue por correo. Todos pensamos que en la ocasión anterior la habia arrojado por debajo de la puerta, y probablemente terminó debajo del felpudo que dice "Bienvenidos". Moraleja: Empléense los canales reconocidos de comunicación.



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IX. EXPERIMENTO Y DESCUBRIMIENTO

  Desde los días de Bacon, se ha pensado que la experimentación es tan profunda y necesariamente una parte de la ciencia, que las actividades exploratorias no experimentales a menudo no tienen derecho a ser cIasificadas ni siquiera como ciencia.

  Los experimentos son de cuatro indoles (ver Nota 1); en el original sentido baconiano, un experimento es una experiencia o suceso inventado, en oposición a natural; es la consecuencia de "probar las cosas" o aún de embrollarlas.

La razón de que Bacon atribuyera tan gran importancia a los experimentos de este tipo se explica más adelante, pero seguramente fue en los experimentos baconianos -los que responden a la pregunta "Me pregunto que ocurriría si... " en los que Hilaire Belloc estaba pensando cuando escribio el pasaje siguiente:

Cualquiera que tenga una salud mental y fisica comun puede practicar la investigación cientifica... cualquiera que, mediante experimentos pacientes, pueda ver lo que ocurre si se rnezcla esta o aquella sustancia en esta o aquella proporción. Cualquiera puede variar el experimento. de muchas maneras. EI que, de este modo, de con algo nuevo y util ganara la fama... la fama

Nota 1.- En este capitulo estaré siguiendo y explicando más plenamente que hasta aqui el esquema de c1asificación propuesto en mi Induction and Intuition in Scientific Thought. American Philosophical Society (Filadelfia. 1969).



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INDICE del libro citado

Prefacio a 1a serie
Prefacio del autor
I. Introduccion

II. i,Como puedo saber si tengo calidad de investigador cientifico?
Los motivos
¿Tengo inteligencia suficiente para ser un cientifico?

III. ¿En que debo investigar?

IV. ¿Como puedo equiparme para ser cientifico, o para mejorar como tal?

V. EI sexismo y el racismo en la ciencia
Las mujeres en la ciencia
Chauvinismo y racismo en general

VI. Aspectos de la vida y los modales del cientifico
Cuando hay que defender la ciencia
¿Esta menospreciada la ciencia?
La colaboracion
La verdad
EI estilo de vida
La prioridad
EI esnobismo de la ciencia pura y la aplicada . EI espiritu critico

VII. Sobre cientificos jovenes y viejos
Envejecer
La ciencia y la administracion 80

VIII. Las presentaciones
La escritura de un "articulo"

IX. Experimento y descubrimiento
Los descubrimientos

X. Premios y recompensas

XI. EI proceso cientifico
Algunas implicaciones de estas ideas
La marcha de Ios paradigmas

XII. Mejorismo cientifico contra mesianismo cientifico
Utopia y Arcadia
EI mesianismo cientifico
Examen del materialismo cientifico
El mejorismo cientifico: una ambicion realista para la ciencia

Acerca del autor


Si quieren seguir leyendo el libro, se encuentra en la biblioteca del CCMC, o lo pueden adquirir en la editorial Fondo de Cultura Económica .

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